Aunque sólo ha perdido dos partidos de Liga desde octubre (ante Celta y Depor) el
Barcelona se encaminaba inexorablemente a un agujero negro al que el revolcón de París pareció empujarle de manera definitiva. Paradójicamente, tocar fondo liberó al equipo culé, le restó presión y eso, a la larga, ha tenido efectos revitalizadores. No obstante, el cambio de actitud definitivo llegó tras dos episodios de una importancia capital: el anuncio de
Luis Enrique de que se irá a final de curso, que acabó de un plumazo con el manido debate y aportó tranquilidad al vestuario, y especialmente el ‘subidón’ anímico (al margen del histórico ‘robo’) del
el apoteósico 6-1 al PSG, que le dio un inesperado pase a los cuartos de la Champions. Este hito, además, coincidió con la pérdida de autoridad del Madrid y con la caída en barrena de un
Sevilla que les permitieron volver a soñar con ganar otro ‘triplete’.
Con la confianza renovada y un plantel de ensueño otra vez enchufado, Luis Enrique ha sacado a relucir su riqueza táctica. Le ha quitado al Barça el corsé de un 1-4-3-3 casi innegociable y se ha permitido el lujo de innovar. Le ha dado buen resultado una especie de 1-4-4-2, con laterales largos, con
Neymar y Suárez muy abiertos y con total libertad para
Messi en la posición de ‘10’. También le ha ido bien con el que desde Barcelona apuntan que será su dibujo hoy: un 1-3-4-3 con tres centrales con salida de balón, con un rombo en la medular, con el equilibrio de
Busquets, el trabajo de
Sergi Roberto y
Rakitic y la magia de
Iniesta. Y arriba con el desborde y el gol de la ‘MSN’.