Tres delanteros en el banquillo y ninguno en el campo. Una decisión, ya más habitual que sorprendente, que en nada recuerda a aquella firme intención de construir un
Sevilla "extremadamente ofensivo". Ese era hace meses el discurso de un
Sampaoli que ha apostado por un fútbol mucho más práctico, con un doble pivote otrora impronunciable y ahora innegociable, para tratar de cumplir con el expediente en esta recta final, mientras arranca las hojas del calendario preparando las maletas.
La justificación a ese once sin arietes puros es que
Correa, el elemento más forma de una plantilla fundida, debe estar sobre el césped. Aunque mientras él ocupaba la punta de lanza, el
juego ofensivo sevillista se redujo a balones largos para que el argentino tratase de sorprender en carrera. Sin rastro de aquella elaboración que tanto pregonaba el 'Amateurismo'. No había asociación ni circulación de balón, pero sí presión adelantada, que creció cuando
Jovetic entró en liza por la lesión de
Vitolo. La misión era robar en la corona del área che, pero las imprecisiones y la falta de claridad en el pase lastraban a un equipo que ha convertido en inherentes sus problemas en la salida, con varios regalos en cada partido.
Con todo, la sensación era que este limitado
Sevilla, influenciado por tanto ruido externo, era superior a un triste
Valencia que tras el descanso no tuvo reparos en replegarse y buscar la contra, dejando la iniciativa a un conjunto nervionense que pisó más área, gracias especialmente al crecimiento de Escudero por la izquierda, y tuvo sus ocasiones, aunque el partido se mantuvo abierto hasta el pitido final.