Las alineaciones iniciales dejaban ya entrever por dónde podía desequilibrarse el partido. La banda de
Aleix y
Reyes, la de
Wendt y
Johnson, tenía mucha más profundidad que retorno en ambos sentidos. Emery decidió darle continuidad al equipo que le había sacado de un complicado atolladero, mientras que Favre se mantuvo fiel a su once continental, al que le había llevado hasta
Nervión invicto aun sin contar con tres de sus hombres más determinantes:
Herrmann, Traoré y Kruse.El Gladbach tiene una identidad profunda y marcada más allá de quienes jueguen. Es el gran éxito de su
metódico técnico: encaja poco porque sabe defender mucho tiempo con el balón, mediante apoyos constantes y una movilidad que facilitan el pase corto, el de seguridad; pero es igualmente impermeable sin cuero. Ahí se rearma velozmente, junta líneas y provoca el error en el rival sin necesidad siquiera de tener que meterle la pierna.
Al ser menor la capacidad para robar de
Aleix,
Iborra y
Reyes que la de
Navarro,
Krychowiak y
Vitolo, los alemanes juntaban muchos hombres por donde aparecía el talentoso
Xhaka. Con el apoyo del lateral, el extremo y uno de los puntas, creaban superioridades hasta percutir a la espalda del ex del
Almería, un gran atacante ante equipos frágiles y un mal defensor frente a los más potentes.
En el 50',
Emery, por fin, abrió los ojos, o se los abrió
Wendt, quien se plantó solo ante Rico tras cerrar demasiado
Aleix. Por fortuna, su disparo no fue más que un último y diáfano aviso. Al público, extrañamente, le molestó más la solución que el problema en sí. Hasta ese momento, los teutones habían creado cinco de sus siete ocasiones desde dicha zona, demasiadas, y nadie había dicho ni mú. Con
Diogo, tras el robo, más lejos de su portería, ya sí habría ataque, contraataque, de ahí que se fuese el de menos fondo físico,
Reyes. Y tardó poco en llegar. Con
Johnson y
Wendt replegando tarde, al luso lo coló
Pareja por la espalda del lateral sueco y dio un pase atrás que el tobillo de
Iborra puso en el único sitio al que no llegaba
Sommer.
No fue casualidad. El encuentro se desequilibró por el perfil más débil, por el lugar que no supo explotar con algún gol un
Gladbach que le dio a
Emery la opción de corregir su error inicial, aquél que no vio un público que fue igualmente ciego para atisbar dónde estaba el remedio y, a su vez, la oportunidad.