El fútbol es pasional en la previa; mientras rueda el balón y en la crónica se torna visceral y en los días posteriores es simplista. Eso explica por qué resulta tan tentador resumir la decepcionante eliminación en
Leicester con la niñería de
Nasri y con el horrible penalti de
N´Zonzi.
Sin ningún lugar a dudas, fueron las dos acciones más decisivas del partido en tierras inglesas; pero, al margen de lo obvio, el Sevilla despertó bruscamente de su sueño de la
Champions por culpa de errores de concepto, de comportamientos más propios de una 'pachanga' de niños en la plazoleta del barrio.
La primera actitud infantil fue la de un
Nasri que fue el espejo del momento de forma por el que pasa su equipo: sin chispa, sin fuelle y frustrado. Sin embargo, lo peor del franco-argelino no fue su expulsión. Era un tope que impedía la aceleración. Cuando la pelota le llegaba a Nasri, lo ralentizaba todo y forzaba a jugar andando, casi arrastrando los pies. En la primera transición ofensiva sin él, el equipo encontró la velocidad que necesitaba y, con ella, llegó la primera ocasión clara y el penalti sobre
Vitolo.
No obstante, lo que de verdad evocó la plazoleta o el patio del colegio fue la elección del balón parado. Primero, con una falta peligrosa que ejecutó (muy mal)
Rami; luego, con un córner que fue botado por un
Correa que sólo llevaba 10 segundos en el campo. Estaba aún frío y sin tensión y así fue su centro, que ni siquiera alcanzó el primer palo. ¡Y el penalti! ¡El sexto penalti fallado de 11 intentos con ocho lanzadores distintos! La mayoría, tirados al centro. ¡Esto sí que es amateurista! Es como el niño que impone ser el lanzador porque se lo han hecho a él o porque el balón es suyo.
"¿Quién lo tira?" Le dijo
Jovetic a
Iborra, que fue quien ´designó´ a
N'Zonzi. Pasó lo mismo en la ida con
Correa. Ante el
Villarreal, con 0-0, lo tiró
Nasri... Más que mala suerte, es improvisación, casi descuido. Y eso no es propio de un club profesional, de un equipo de Champions.