Y volvió a bajar la cabeza

Aitor TorviscoAitor Torvisco
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Y volvió a bajar la cabeza
- Aitor Torvisco (@ATorviscoED)
Siendo aún un chaval imberbe y jugando en la cantera de la U.D. Las Palmas, Vitolo se chocó con un poste en un entrenamiento, cuando conducía el balón con la cabeza mirando al suelo. Entre el tremendo golpe, las risas de Jonathan Viera y de otros compañeros y la bronca de su entrenador, aprendió a mantenerla siempre erguida y, así, potenció su capacidad de desborde, su potencia en la zancada, habilidad en la finta, imaginación para dar un pase definitivo, su corpulencia para proteger el balón hasta forzar una falta, un córner, recibir ayudas o lo que sea...

Características geniales de las que ha disfrutado el sevillismo durante cuatro años. Y es que en el campo ha sido un fuera de serie. Sobre el césped ya nunca más volvió a bajar la cabeza. Se ganó con creces firmar el contratazo que va a tener en el Atlético. Se lo merecía. Precisamente por eso, por innecesario, resulta más indigno que haya salido pisoteando el brazalete de capitán del equipo al que dice deberle tanto.

Fuera del terreno de juego cambia la historia. Ahí ha agachado la cabeza, las orejas, los hombros y prácticamente todo el cuerpo, porque se ha ido arrastrándose casi literalmente. Se fue de Sevilla escondido en el aparcamiento de un hotel, para volar a Madrid mientras en Nervión le esperaban bolígrafo en mano, y entró también por vía subterránea a la sede de LaLiga para pagar su cláusula. La imagen que ha ofrecido es infame. Y el daño al Sevilla, además de gratuito, amenaza con ir más allá.

Lo de menos para Castro es que Vitolo le hiciese hacer el mayor ridículo de su mandato, pues su caso ha sido la brecha por la que quieren colarse aquellos que se desviven desde hace ya tiempo por moverle la silla, a los que sólo los éxitos deportivos conseguían mantener calladitos.
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