Hay dos aspectos claves a la hora de analizar al
Betis. En primer lugar, es cada vez más obvio que los equipos le han pillado el truco a
Setién y ya no le dejan tocar: renuncian a la presión alta, esperan ordenados para dañar por las bandas, cierran los pasillos interiores y taponan la salida natural por
Javi García y Guardado, algo que se notó aún más sin las arrancadas de
Mandi. En segundo lugar, la grada transmite una tensión (innecesaria en la jornada 13 y con el equipo en una zona cómoda) que afecta a los jugadores. Se les ve presionados, a la hora de realizar controles y de tomar decisiones, y ansiosos en los últimos metros.
Al
Betis le costó salir jugando y tardó en encontrar alternativas. Estas soluciones casi siempre llegaron con las conducciones poderosas de
Camarasa, única vía para romper líneas rivales, y contados pases filtrados de
Joaquín y
Boudebouz.
Le sobró tensión negativa y le faltó intensidad en los balones divididos y segundas jugadas, pero mejoró en la defensa de los centros laterales, algo palmario en
Eibar e insistente recurso de un
Girona que percutía con
Maffeo y
Aday (y
Mojica luego) y no se cansaba de colgar balones buscando la pelea aérea de
Stuani y la picardía de
Portu, que barre lo que baja el charrúa.
Las carencias defensivas están ahí desde el inicio de curso, y pese a la mejoría con respecto a
Ipurua, volvió a pagar muy caros dos errores graves de
Tosca y Durmisi. Con todo, otra de las claves es que antes confiaba más en su pegada y arreglaba arriba su debilidad atrás. Últimamente tiene menos llegadas y de peor calidad. Ayer, acabó volcado y volvió a hallar la épica. Quizás ayuden a recuperar confianza los golazos de
Guardado, con más llegada que nunca, y
Tello, que salió y se reivindicó ante
Setién.