La ambición resulta útil cuando se aplica dentro de un marco real y de aspiraciones coherentes. Porque exigir por encima de los recursos propios provoca una desazón sempiterna que nunca cesa, y, a la postre, es tan estéril como el conformismo. Sólo se avanza cuando se asume el paso a paso como la fórmula del éxito, y, aunque el funcionamiento interno y las decisiones tomadas se han alejado en muchas ocasiones de lo idóneo, el Betis, en este curso, ha cumplido con su cometido.
Cierto que, por masa social, presupuesto y empaque histórico, el listón debe fijarse más alto, pero también que se trataba de un año delicado en el que había que consolidarse en la élite. A partir de ahora es cuando se precisa ese paso al frente, cuando la ambición debe ajustarse a mayores objetivos, acordes a la entidad del Betis y a la categoría de una afición sufridora e incansable.