El
Betis no sólo tiene problemas para contratar a jugadores interesantes, sino también para mantener o sacar tajada de los que ya tiene. Se trata de un mal endémico que viene de lejos y para el que aún no ha descubierto remedio, pues, sin ir más lejos,
Amaya se marchó al
Rayo Vallecano hace unos días sin dejar ni un solo euro en las maltrechas arcas heliopolitanas. Paradójicamente, hace sólo un año, el
Stuttgart ofreció
1,5 millones de euros por el central madrileño y el
Betis los rechazó. Tomando como punto de partida la intervención judicial del club, todo comenzó con la salida de
Mariano Pavone en marzo de 2011. El argentino, sin ser una eminencia en el mundo del fútbol, tenía cartel en su país y buena prueba de ello es que terminó recalando en
River Plate, pero el
Betis prefirió darle la carta de libertad en lugar de exigir un traspaso.
El siguiente episodio lo protagonizó un año después
Iriney, a la sazón ídolo de la afición verdiblanca. El brasileño deseaba mantener su ficha (unos 800.000 euros anuales) y el
Betis se plantó en la mitad, de ahí que las posturas nunca estuvieran cercanas. Además, al futbolista, que terminó recalando en el
Granada, le molestó que el club filtrara que le estaba ofreciendo "el tope salarial´ cuando no era del todo cierto, pues la propuesta de renovación que recibió
Santa Cruz era más jugosa. En enero de 2013, el Betis sorprendió a propios y extraños anunciando la rescisión de contrato de
Dorado, un futbolista que estaba siendo utilizado por
Mel y que hoy por hoy sería capitán general. El caso es que el cordobés intuía que no iba a ser renovado y en enero solicitó marcharse gratis al
Villarreal, petición que fue aceptada.
Pero el mayor índice de fugas sin contraprestación se produjo el pasado verano, cuando
Adrián,
Cañas y
Mario dejaron el
Villamarín tras no haber alcanzando un acuerdo para renovar. Los dos primeros se marcharon a la
Premier League, donde se han revalorizado, mientras que el tercero juega en
Azerbaiyán.