Tras tres temporadas con entrenadores sin apenas recorrido y 'experimentos' arriesgados que desembocaron en la ausencia de un patrón de juego, el
Valencia recurrió a un técnico que unía dos apuestas seguras: la experiencia y un estilo definido.
Además, el motivo que decantó la balanza definitivamente en favor de
Marcelino fue su fútbol compacto que parte de la necesidad de no recibir goles para encontrar la victoria, una fórmula que, además, acompañó tradicionalmente al
Valencia en sus épocas de esplendor. Con la sobriedad defensiva por bandera y un reconocible 1-4-4-2, al Valencia de
Marcelino se le achacó una cierta falta de solvencia en ataque en los primeros compases de la temporada que, de pronto, quedó mitigada con la fuerte irrupción goleadora de
Zaza y
Rodrigo, dupla letal.
Para mejorar, lo primordial era: primero, la salida de jugadores con un cartel de 'nocivos' en el vestuario y, segundo, acertar con fichajes que elevasen el nivel; algo que cumplen
Kondogbia,
Guedes,
Gabriel Paulista,
Andreas Pereira o
Jeison Murillo (estos dos últimos a pesar de ser suplentes), todos ellos de un perfil que mezcla calidad con ganas de crecer, algo aplicable también a canteranos como
Carlos Soler,
Nacho Vidal,
Lato o un irregular
Gayà.
Uno de los pocos supervivientes de la 'limpia' en el vestuario es
Dani Parejo, quien lejos de ser el jugador falto de motivación de las últimas temporadas, ha añadido a su calidad para dirigir el juego un sorprendente rol como líder.