Dijo en la rueda de prensa posterior al partido algo así como que, al ser tan grave el error de
Gil Manzano, no podía pensar en otra cosa, pero bien haría
Pablo Machín durante este parón en
analizar en qué se equivocó durante el derbi, tanto dentro como fuera del campo, donde
borró de un plumazo su admirable imagen de persona sosegada e imperturbable.
Más allá de que el árbitro pudiese haberse equivocado en la jugada clave del partido (que,
para mí, se equivocó), el técnico soriano
debería reconocer(se) que su equipo jugó un mal partido. Primero, porque
su planteamiento fue rácano y pobre (esperar y tratar de correr por fuera, algo que le costó poco contrarrestar al Betis); y, después, porque
no hizo nada por mejorarlo. Más bien, todo lo contrario. Estando
Roque Mesa sobreexitado, prefirió hacer una modificación que no había hecho hasta entonces: quitar a un mediapunta (Franco Vázquez) para meter a un pivote (Gonalons), lo que convirtió en
aún más lento a un equipo que, supuestamente, pensaba vivir de alguna transición rápida. Y a la expulsión, más tarde, tampoco supo ponerle remedio.
Su Sevilla llegó al Villamarín como un equipo pequeño -la distancia entre ambos equipos hoy día, si existe, es mínima- y se fue sin realizar
la más mínima autocrítica. Sólo se le escuchó a un Banega al que le llovieron los palos por ello. La realidad es que ni pudo doblegar a un Villarreal que todavía no ha ganado, ni puntuó ante un Betis que tampoco había hecho lo propio. Ambos, de su Liga.
El error de Gil Manzano fue grave, pero hay
aspectos que deberían preocupar más a Machín de cara a lo que queda, que es prácticamente todo. Entre otras cosas, no haber asimilado aún que el fútbol es de los listos. Y eso
lo ven hasta los que están en el BAR tomando unas cañas.