La sociedad actual lleva un ritmo de vida bastante elevado. Las altas horas de trabajo, los grandes desplazamientos por las ciudades masificadas, la cantidad de actividades y eventos a los que hay que acudir… Todo esto hace que otras facetas importantes de la vida pasen a un segundo plano o tengan que adaptarse a ese ritmo. Ocurre esto con la alimentación, que, siendo un pilar básico de la vida, se ve condicionada en la mayoría de casos, y cuando sucede algo realmente importante, es lo primero que se ve modificado. Realmente es una práctica normal ya que parece algo bastante secundario el simple hecho de retrasar alguna hora de más la comida. Sí que tiene más importancia que una de las comidas directamente se elimine. Esto es lo que ocurre con el ayuno intermitente, que además de adaptarse al ritmo, se ve como una estrategia para mejorar la salud y también para la pérdida de peso. Como su propio nombre indica consiste en cambiar las horas de las comidas a través de diversas opciones, como el simple hecho de desayunar un día sí, un día no.
Aunque está muy extendido, tiene aspectos positivos y aspectos negativos. La única premisa real es esta puesto que en el tiempo en el que se decide comer, donde se rompe el ayuno, no se limita ningún tipo de alimento, aunque lógicamente se recomienda seguir una dieta sana. Como se ha planteado esta estrategia tan popular en los últimos años, y también muy extendida por las redes sociales, tiene ventajas y desventajas, es decir, no se trata de algo perfecto ni de algo totalmente negativo, como se vende a veces por redes sociales.
Hay estudios que demuestran que se trata de una táctica útil para la reducción de peso, así como para el cambio metabólico. Ambas consecuencias pueden ir de la mano puesto que con la alteración del metabolismo se puede conseguir que la pérdida de grasa sea más rápida. Al dejar algún tiempo más entre comida y comida, sin duda sirve para desintoxicar el sistema digestivo, es una especie de pausa. Además algunos estudios también relacionan esta estrategia con el aumento de la longevidad o con la mejora de la salud cardiovascular.
Una de las principales y más probables es la fatiga. Al reducir la ingesta de comida, sobre todo al principio, el cuerpo va a sentir que necesita algo más y hasta que se acostumbre va a notarse cansado. Con ese cansancio, de manera casi irremediable llegarán cambios de humor e irritabilidad. Por otra parte también se plantea que podrían producirse problemas de concentración así como antojos, relacionados con esa sensación de vacío.