Menos mal que el encuentro de ayer llegaba en la jornada siete y no en la 38, porque a más de un aficionado le hubiese dado un infarto. El choque en Anoeta prometía, a priori, aunque la
Real llegase tras una racha de cuatro encuentros sin ganar. Y es que, el librillo que manejan tanto
Setién como
Eusebio bebe de la misma fuente, aunque sus interpretaciones tengan matices diferentes. Por ello, en
San Sebastián se vio un partido sin tregua, loco, con dos equipos volcados ofensivamente pero que concedieron demasiado atrás. La Real, con un juego más directo; el
Betis, buscando la posesión y el juego más posicional.
Sin embargo, en ese intercambio de golpes que propuso el equipo local, los verdiblancos perdieron todo el orden defensivo que ofrecieron tanto ante el
Levante como ante el
Real Madrid. La movilidad entre líneas del conjunto realista obligaba a los de La Palmera a redoblar sus esfuerzos, coordinar sus movimientos, ser más generosos en las ayudas y más contundentes en la contención. Pero, en lugar de eso, entró de lleno en el ida y vuelta, en el que gracias a su potencial ofensivo se mantuvo vivo e incluso pudo llegar a imponerse si
Sergio León hubiese acertado ante la salida de
Rulli en el descuento.
Puede que al equipo le faltase algo de madurez para leer mejor el partido, pero la conclusión es que los verdiblancos han demostrado ser tan demoledores arriba como frágiles cuando pierden el control. Por suerte, en esa suerte de ruleta rusa en la que se convirtió el encuentro, al menos ayer, no le tocó perder.