Minuto Uno (Opinión)

Violentos y radicales

Joaquín AdornaJoaquín Adorna
3 min lectura
Violentos y radicales
La violencia gana al fútbol. De nada ha servido un despliegue policial sin precedentes.

El temor al terrorismo yihadista tras los atentados previos a la Eurocopa hizo que Francia se blindara con unos 90.000 agentes, pero en la primera semana de torneo se ha hablado más de violencia que de fútbol. Se abrió la espiral de fanatismo el día del Inglaterra-Rusia, pero no fue un problema puntual generado por los ´hoolingans´ ingleses, por los radicales rusos o por los ultras marselleses. Desde entonces, las calles francesas se han convertido en escenario de auténticas batallas campales con la excusa de acudir a un partido de fútbol. Rusos y eslovacos han protagonizado el último escándalo en Lille, pero también volaron sillas y puñetazos por el Alemania-Ucrania, el Polonia-Irlanda del Norte o el Turquía-Croacia.

No son peleas espontáneas. Los ultras actúan con premeditación. Saben que la UEFA sólo tiene competencia para juzgar y sancionar lo que ocurra en los estadios, por eso actúan en el exterior y antes o después de los partidos -en el Inglaterra-Rusia la ´guerra´ se trasladó también a las gradas-. La agresividad es intrínseca al ser humano, dicen los científicos. Es una tendencia biológica inevitable. Pero la violencia, aseguran al mismo tiempo, es una agresividad consciente: hacer daño de forma intencionada. Y esta última se puede erradicar con educación y empatía, concluyen.

A esos que campan a sus anchas por Francia, que beben sin medida hasta emborracharse y perder el control; que no conocen el más mínimo sentido del respeto a la autoridad; que seguramente tienen el estómago lleno, la mente vacía de conceptos como la empatía y que buscan emociones fuertes€ A esos que andan manchando de sangre las calles de Francia no les gusta el fútbol, utilizan al fútbol como pretexto. No les apasiona el fútbol, ni sus respectivas selecciones, ni por supuesto han encontrado un mínimo de pasión por la música, el teatro, la literatura o el cine. Ni viven el amor o la amistad. A esos, algunos ya adultos, es imposible reconducirlos porque echaron putrefactas raíces y crecieron torcidos. Sólo un mal golpe, una desgracia impactante en sus vidas, unos años de cárcel o el cumplimiento obligado de la ley puede mejorarles el triste final de sus destinos. Pero lo estados tienen una gran responsabilidad.

Nuestra deteriorada clase política, incapaz de anteponer el bien común al interés particular, está obligada a sellar un gran pacto por la educación, apostar de verdad por la educación, devolver la autoridad... y exigir a los profesores. Porque sólo con EDUCACIÓN evitaremos futuras generaciones violentas y radicales.
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