Berizzo se cuela en las escaletas

Joaquín AdornaJoaquín Adorna
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Berizzo se cuela en las escaletas
- Joaquín Adorna (@JoaquinAdornaED)
Hay quien prefiere verbalizarlo, hablarlo, transmitirlo, compartirlo con sus amigos y familiares cercanos, con aquellos en los que percibe la madurez suficiente para escuchar y, en esa escucha, aliviar los miedos que se disparan. Hay quien prefiere arrimarse a unos oídos generosos para encontrar el consuelo -más que certeras respuestas- a los porqués que no tienen explicación. Hay quien se aferra a la impagable amistad de quien se entrega para activar la fe perdida en tantas noches de búsqueda de falsas verdades.

Hay quien prefiere airear su problema al viento porque siente que hablando empieza a dar los primeros pasos en el camino a su cura y hay, en cambio, quien opta por el recogimiento, por el silencio, por interiorizar el dolor, por asumirlo íntegramente como propio intentando no dañar a quienes van a sufrir de una u otra forma, porque es imposible abstraerse al sufrimiento de un ser querido. En ambos casos, cuando la vida golpea en la parte más débil del ser humano, la salud, cada cual debería tener el legítimo derecho a gestionar a su manera una herida tan íntima.

A Berizzo le hemos robado esa oportunidad. Ni una palabra ha salido de su boca y, sin opciones para elegir, la palabra cáncer se ha colado en la primera línea de la escaleta de la sección de deportes de los informativos nacionales, la misma en la que a diario no entran o se caen las 'colas' o vídeos de los equipos que no son el Madrid o el Barça. Esa palabra gruesa y mal sonante lanzada sin pararnos a pensar en qué almas se clava ni qué daño emocional acarrea en el entorno más cercano. Una forma más de visualizar la insana costumbre de alimentarnos con el mal ajeno.

Explotamos el caso concreto para dar forma al relato de la dura y triste realidad de una plaga que llena de drama a tantas y tantas familias. Y nos emocionamos con la conmovedora carta que los jugadores dedican a su entrenador; y con los mensajes de apoyos de béticos, profesionales y aficionados, que dan una lección de humanidad y deportividad; y con el aliento de todos los representantes del fútbol y del deporte español...

Lo hacemos sin preguntarnos si es justo el durísimo peaje de la popularidad, el que destroza la parte más valiosa de la intimidad de una persona. Lo hacemos sin apenas mostrar rechazo a la falta de escrúpulos de una sociedad -el periodismo no más que un reflejo de la misma- que todo lo retrasmite, lo fotografía, lo televisa y, ahora que la tecnología lo permite, que todo lo comparte. Y lo hacemos sin plantearnos si la venta de nuestros contenidos rompe la normalidad que puede desear el principal afectado. No existe la perfección que haga viable la osadía de intentar dar lecciones morales, pero hay ciertos límites éticos que, por respeto y para que nos respeten, jamás deberíamos sobrepasar.
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