Julen no sólo pierde el cargo y un Mundial

Joaquín AdornaJoaquín Adorna
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Julen no sólo pierde el cargo y un Mundial
- Joaquín Adorna
La crisis más grave que se recuerda en la selección a horas de arrancar el Mundial nos deja un gran perdedor: Julen Lopetegui. El ya ex seleccionador (le sustituye Hierro), no sólo ha perdido el cargo y un Mundial. De hecho, el despido quizás sea lo menos grave cuando quien prescinde de sus servicios -el presidente de la Federación, Luis Rubiales- lo hace anteponiendo las formas y los valores personales, al dinero (se entera cinco minutos antes de su acuerdo con el Madrid y se ve obligado a pagarle, en vez de ingresar sus 2 ‘kilos’ de cláusula).

En la sociedad en la que vivimos, muy dada a las etiquetas, Lopetegui ha quedado bautizado para la posteridad como 'Julen el desleal'. Con un contrato recién renovado hasta el año 2020 que le podía reportar dos millones de euros; con unas primas firmadas en caso de haber logrado el éxito en Rusia que ronda otro millón de euros; con la confianza que había depositado en él los nuevos directivos de la Federación; con un equipo hecho a su imagen y semejanza plagado de extraordinarios jugadores; y con el reloj llamando a las puertas de la gloria en el mayor evento deportivo futbolístico, cuesta imaginar las razones que han llevado a Julen a aceptar la oferta del Madrid y a traicionar a quienes han apostado por él. Se ha ido, además, sin intentar explicarlas.

No es Julen el primero, ni el último, que negocia su futuro personal mientras todo un país vive ilusionado con la selección que le representa, pero algo ha fallado en el proceso para que el acuerdo se filtre y para que Julen y el Madrid, ante el temor de que salte a la luz pública, se precipiten y den oficialidad a tan dolorosa 'puñalada'.
A Florentino se le puede acusar de dinamitar el vestuario del equipo que lucha por España, pero un segundo de clarividencia y un "ahora no es el momento, estoy centrado en el Mundial" de Julen, habrían desactivado una bomba que apenas daña al Madrid, acostumbrado a campar a sus anchas defendiendo su propio interés, y que, en cambio, autodestruye la figura de una persona señalada, por su deslealtad, para el resto de sus días.
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