Aterrizó sin tiempo para pensar, "sin pretemporada", dice cada vez que se refiere a su llegada a la dirección de fútbol del
Sevilla F.C. Joaquín Caparrós llegó al cargo y tuvo que actuar directamente. Sin experiencia y con los precios disparados en un mercado ralentizado por el
Mundial. Se rodeó de personas leales y trabajadoras en las que confía ciegamente (
Gallardo y Marchena) y entró de lleno en un complicado mundo -el de los agentes- que conocía desde otra perspectiva -como entrenador-, pero al que se ha adaptado a velocidad de vértigo aprendiendo a distinguir sobre la marcha entre buenos y malos.
La primera parte de su trabajo (altas, bajas y cesiones de futbolistas en los que se tiene depositada mucha confianza, como
Carlos Fernández o Pozo) está hecha. No se lamenta de posibles errores, pero deja la puerta abierta a reforzar al equipo en el mercado invernal. Mira al frente, al futuro, espera que los resultados hablen de un trabajo bien hecho y deja ya en el plano anecdótico el no haber podido cerrar a
Mariano o a Portu porque, entre otras razones, valora y tiene fe ciega en la capacidad goleadora de
Ben Yedder y en la habilidad de Machín para saber adaptarlo a su modelo y sacarle los goles que el delantero lleva dentro.
Caparrós entiende que es a partir de ahora cuando realmente empezará a imponer su sello, el
'sello Caparrós', que tiene mucho que ver con activar la correa de transmisión que haga llegar talento de la cantera al primer equipo. Pudo conocer de cerca cómo trabaja el
Athletic y su plan pasa por activar una estructura especial en el Sevilla que permita combinar la exigencia de seguir disputando finales y conquistar más títulos, con la llegada al fútbol de élite de chavales formados de la carretera de
Utrera. Anticipación y creatividad para fichar, y un nuevo modelo en la base como pilares del nuevo
Sevilla del futuro.