Muy a su pesar, el
Rayo Vallecano tiene todas las papeletas para ser un candidato a luchar hasta el mismísimo epílogo de LaLiga por la permanencia. No ya por tratarse de un recién ascendido, sino porque, pese a que ha buscado cierta veteranía para compensarlo, está pagando la novatada, también en el banquillo.
A
cuatro puntos de la salvación, los franjirrojos únicamente han vencido en
dos de las catorce jornadas disputadas, si bien vienen de batir al
Eibar para respirar, al fin, dos meses y medio más tarde. Una inercia que quieren aprovechar los madrileños, asidos a la igualdad de la competición, que les ha permitido no descolgarse del todo pese a sus discretos guarismos, y a la esperanza de que el mercado invernal traiga algún regalo.
Es el
Rayo un equipo que tampoco está teniendo demasiada suerte en este primer tercio liguero, en parte por su incapacidad para amarrar los marcadores en las rectas finales. Así, ha encajado
dieciséis tantos (8+8) en los cuartos de hora postreros de cada periodo, dejando escapar muchos puntos que, a la larga, se echan de menos, especialmente en una plaza donde las calculadoras van a ser, inevitablemente, las invitadas sempiternas cuando avance la competición y se acerque la
primavera de 2019.
Lo que sí ha demostrado
Míchel, míster del próximo rival bético, es una flexibilidad que, tácticamente, se ha materializado en una variedad de sistemas. De esta forma, del
1-4-2-3-1 se ha pasado últimamente al
1-4-1-4-1, con espacio también para el
1-4-3-3 y los
tres centrales, en esta ocasión en Copa y durante ciertas fases del duelo de vuelta ante el
Leganés, que usa el
1-5-3-2. La idea, con todo, es utilizar al máximo las bandas, tanto con laterales largos, como
Advíncula y Álex Moreno, como con extremos puros como
Embarba y Álvaro García, que percuten con diagonales.