El primer año tras una etapa de éxitos, en especial si se producen cambios en la estructura sobre la que se construyeron dichos triunfos, es complejo. Supone recomponer el plan, introducir cambios en el sistema de trabajo y, sobre todo, asimilar que el pasado no regresa para poder continuar el camino. Los resultados, en este desarrollo, acrecientan la presión y acentúan la ansiedad.
En este proceso de transición se adentró el Granada en esta campaña, con Robert Moreno al frente del barco después de tres ejercicios de excelente rendimiento rojiblanco a las órdenes de Diego Martínez, que le llevaron a cotas inalcanzables. Aún en trámite, el club fue emergiendo, pasito a pasito tras un mal comienzo liguero, y fue en las postrimerías de 2021 cuando adquirió finalmente una inercia positiva.
La evaluación continua al conjunto rojiblanco le ha permitido llegar a enero en una plaza cómoda de la clasificación. Es duodécimo, con 22 puntos a falta de disputar,
este mismo domingo en Elche, la última jornada de la primera vuelta. Siete puntos le separan del descenso en este momento,
exactamente los mismos que le alejan de los puestos europeos. Unas cifras que resultan del equilibrado cómputo final de sus resultados en Liga: cinco victorias, seis derrotas y siete empates. La temprana eliminación en Copa, no obstante, mancha el expediente de un Robert Moreno cuestionado casi desde el primer día.
El técnico rojiblanco, carismático en sus comparecencias públicas, se expresó ambicioso en cuanto a objetivos y trató de importar en el club un estilo casi opuesto al que la plantilla vino desarrollando durante las campañas previas. Quiso que su equipo fuera protagonista con el balón y arriesgara en el inicio estático de las acciones. Una apuesta que costó asimilar al cuadro nazarí,
lo que se tradujo en cuatro derrotas y tres empates durante los siete primeros duelos, sin que la idea de juego que Moreno deseaba trasladar al césped llegase a parecer asimilada.
Esta sensación se prolongó durante los duelos venideros, si bien la victoria ante el Sevilla cambió el escenario. El conjunto granadino entró en una fase de
inestabilidad en los resultados, pero logró encadenar hasta cuatro jornadas sin perder, con triunfos ante el cuadro hispalense y en el Ciutat de Valencia. La derrota en casa del Espanyol y, seguidamente, la goleada del Real Madrid en Los Cármenes frenaron el ascenso granadinista.
La visita a San Mamés fue, probablemente, el primer punto de inflexión rojiblanco. Los de Robert Moreno empataron ante el Athletic, en un encuentro extraño y disputado, a lo que sumaron una goleada en Copa del Rey y un sufrido triunfo frente al Alavés. La guerra en Cádiz se saldó con otras tablas, de sabor más amargo pese a una nueva reacción tardía, materializada por
un Jorge Molina ya en estado de gracia, y llegó el tropezón de Mancha Real, que señaló carencias en la plantilla.
No obstante, la sensación, a excepción del desastre copero, ya comenzó a cambiar, instalada la división en la grada sobre Robert Moreno. En Los Cármenes, el Granada goleó al Mallorca, ya con pinceladas del fútbol que el catalán ansía ver en su equipo, con protagonismo especial para Jorge Molina, que hizo tres goles, Puertas, Machís, Luis Suárez y Milla, que ya son pilares en el esquema nazarí, que
fue tornando hacia el 1-4-4-2 en el que hoy se esboza. El histórico triunfo contra el Atlético de Madrid, en el mejor encuentro disputado por los rojiblancos horizontales en lo que va de curso, terminó por dar la vuelta a la tesitura.
El principal reto del entrenador granadinista es tras el parón prolongar esta dinámica positiva que adquirió en las últimas semanas del año. No obstante,
cerrará la primera vuelta, como poco, con 22 puntos. Más de media salvación, a tenor de los resultados históricos de la Liga, que suponen un colchón para afrontar la segunda mitad de la competición.
Acertar en el mercado de fichajes, precisamente para alcanzar ese primer objetivo, será el siguiente.