Ernesto Valverde se estrena en el banquillo del
Barcelona con un inmaculado inicio de
Liga: líder invicto, con nueve victorias y un empate, 28 goles a favor y sólo tres en contra que le convierten en la mejor defensa de las cinco grandes ligas europeas. Todo ello, con el mérito añadido de que la planificación de este verano no ha solucionado dos carencias que el club arrastra desde hace años: el lateral derecho (
Semedo no se reivindica) y el central (depende mucho de
Piqué y
Umtiti).
Además, ha firmado este brillante arranque sobreponiéndose a la traumática marcha de
Neymar, la grave lesión de su carísimo sustituto,
Ousmane Dembelé, y a las peores cifras de
Luis Suárez desde que es azulgrana; pero el técnico extremeño le ha sabido sacar el lado bueno: el equipo ahora no depende tanto del tridente y, de este modo, se rompe menos, es más sólido y la pizarra es más flexible. Tras muchos años en los que era innegociable el 1-4-3-3, Valverde alterna ese dibujo con otros como el 1-4-4-2, el 1-4-2-3-1 y sus variantes.
Además, en la recuperación del equilibrio que le faltó a
Luis Enrique es esencial una de sus principales señas de identidad en el Athletic y un concepto que no se veía en el Camp Nou desde
Pep Guardiola: la presión tras pérdida.
Ha ganado muchos partidos con más apuros de los que esperaba y, a ratos, este
Barcelona es menos vistoso, pero también es mucho más trabajado y mucho más fiable. Y, cuando no lo es, aparecen
Ter Stegen y un tal
Messi.