MONTAÑISMO ECUADOR

Iván Vallejo, un ecuatoriano de 8.000 metros para arriba

Iván Vallejo, un ecuatoriano de 8.000 metros para arriba
Iván Vallejo, un ecuatoriano de 8.000 metros para arriba
Estadio DeportivoEstadio Deportivo 7 min lectura

Quito, 6 nov (EFE).- Crecer entre montañas, alzar la vista y encontrarse de frente con el imponente volcán Tungurahua, o girar un poco la mirada y apreciar la majestuosidad del Cotopaxi han hecho que el montañista ecuatoriano, Iván Vallejo, mantenga intacta en el tiempo su pasión por alcanzar las cumbres más altas del planeta.

Inspirar a nuevas generaciones a la superación ha sido desde siempre uno de los objetivos de este ecuatoriano de 60 años, que a lo largo de su vida logró conquistar las catorce cumbres de más de 8.000 metros del mundo sin oxígeno suplementario. Uno de quince en todo el mundo.

Un logro por el que ha sido homenajeado en su país hace unos días como padrino del volcán Cotopaxi, un reconocimiento a su responsabilidad de "continuar cuidando de las montañas, en general, y particularmente" de ese volcán.

PADRINO DEL COLOSO

Su relación con este coloso de 5.897 metros, ubicado en el centro de la Sierra andina, está teñida de amor y respeto.

"Es una montaña muy noble; una montaña en la que en los momentos críticos en mi vida ha dado respuestas a las preguntas difíciles que le he planteado", indica Vallejo en una entrevista con Efe.

Tal es su afecto hacia el Cotopaxi que ha pedido a sus hijos, Andy y Camila, que cuando "le toque realizar el viaje final", dejen "una mitad de sus cenizas a los pies del volcán y la otra mitad en la cima".

Hoy, siete años después de su último ascenso a una de las supercimas del planeta, Vallejo sigue motivando a las nuevas generaciones como "coach de vida" a que cumplan sus sueños, un papel que el andinista interpreta como "ganar la vida divirtiéndose. ¡Todo un "afortunado!", asevera.

DE LOS LABORATORIOS A LA ALTA MONTAÑA

Ingeniero químico de formación y docente durante doce años en el Instituto de Ciencias de la Escuela Politécnica Nacional (EPN), la pasión de Vallejo por la montaña nació cuando aún era niño y vivía en la ciudad de Ambato, unos 150 kilómetros al sur de Quito, también en el corredor andino.

Desde su ciudad natal, en un día claro, se pueden distinguir los imponentes volcanes Tungurahua y Chimborazo, a unos 30 kilómetros cada uno en dirección sureste y suroeste respectivamente, casi formando un triángulo perfecto.

"La primera vez que yo tuve tanto interés y me cautivaron las montañas fue a los 8 años", rememora Vallejo, quien al ver por primera vez "completamente despejado el Tungurahua quedó cautivado por su figura y forma".

Cuatro años después, subió a lo más alto del Iliniza norte, otro de los casi cien volcanes que hay en Ecuador y donde la escalada de montañas se convirtió para él en una pasión: "Cuando bajé, ya sabía que quería subir montañas toda la vida".

Con doce años, Vallejo comenzó a desarrollar el sueño de alcanzar la mayor cumbre del planeta, el Everest, hasta el punto de "dibujarse" a sí mismo sobre su cima en una ilustración infantil.

Hoy, casi medio siglo después de aquella hazaña, dice que "abrazaría mucho a ese niño para felicitarle por animarse, a los 12 años, a soñar en grande".

"Le diría que gracias a ese sueño encontré la energía para, 27 años más tarde, llegar a la cima del Everest", apunta con una emoción controlada, casi al borde de las lágrimas.

El Everest, de 8.848 metros, lo coronó después de cuatro años de duro entrenamiento. Fue la tercera montaña de más de 8.000 a la que subía, y a ella le siguieron la K2, Cho Oyu, Lhotse o las Gasherbrum 1 y 2, todas ellas en la Cordillera de los Himalayas.

Su último viaje a esa zona fue en 2013, y desde entonces se dedica al montañismo más como aficionado, pero con la misma sensación de plenitud y felicidad cada vez que sube a una montaña: "Me considero un ser humano tremendamente afortunado y lo que me queda es agradecerle a Dios de estar ahí".

LAS DOS "FAMILIAS" DE VALLEJO

Una plenitud imposible sin el apoyo continuo de su familia desde la infancia.

"Mi madre siempre tuvo miedo cuando me iba, pero nunca me lo hacía saber. Siempre me daba la bendición y yo me iba feliz y tranquilo. Disimulaba su angustia para que me sintiera bien, así que me dibujaba una sonrisa y daba la bendición", rememora.

Y dice de sí mismo que, a la hora de formar una familia propia, el "paquete" ya era conocido por lo que su mujer ya sabía que era "el hombre que venía con la montaña incluida".

Pero sí reconoce que se trató siempre de "un acto de mucha generosidad de parte y parte", sobre todo por "lo duro de las ausencias para irse a la montaña", que podían durar hasta cuatro meses.

Y que parte fundamental de esta reciprocidad es, también, el respeto a la montaña para estar a salvo "en su espacio" y no correr riesgos por encima de los estrictamente necesarios.

"Yo siempre que me planto frente a la montaña le agradezco porque me acepte ahí, y luego le pido permiso para entrar en su reino", resume Vallejo sobre su fórmula secreta para preservar la estabilidad emocional y de sus dos entornos familiares.

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