Javier Calleja era consciente de que aterrizaba en una plantilla castigada últimamente por las lesiones, especialmente bajo palos, pero preñada de calidad y talento. Por ende, el otrora responsable del filial castellonense trató de evitar revoluciones cuando le tocó relevar a
Fran Escribá, apostando por ajustar algunas cuestiones, sobre todo en el repliegue defensivo y en la disposición de sus centrocampistas y delanteros.
En este sentido, el nuevo míster del
Villarreal hizo pasar al equipo amarillo de un 1-4-2-3-1 al 1-4-4-2, si bien el retorno a la 'era
Marcelino' albergó ciertos matices. Es, en realidad, un '
Marcelino revisitado', ya que el de Careñes gustaba de dibujar un esquema asimétrico, sin extremos puros o con únicamente uno, circunstancia que permitía crear superioridades por dentro en fase creativa, al tiempo que
Calleja destruye y genera a partir de un rombo, con un pivote claro -mientras se restablece del todo
Bruno Soriano, el elegido es
Rodrigo-, utilizando a
Manu Trigueros como interior izquierdo y a
Pablo Fornals de enganche, alejado de unas bandas que, más que nunca, son patrimonio de
Mario Gaspar y Jaume Costa, a los que se anima a desplegarse sin reparo alguno.
Los resultados están siendo muy positivos para el propietario del
Estadio de La Cerámica, invicto desde el cambio de entrenador, con la única excepción de la ida de los dieciseisavos de final de la
Copa del Rey, puesto que la segunda unidad villarrealense cayó inesperadamente en
Ponferrada.