Los antecedentes con el protagonista, desgraciadamente, invitan a la
cautela, aunque resulta incuestionable que
Dani Ceballos ha vuelto a subirse al tren. De él depende seguir en el vagón e, incluso, acceder al de primera clase, porque la coartada de que todos los entrenadores le tienen manía resulta bastante endeble. El utrerano, como se dice popularmente, es de los pocos que
cuenta con el duro para cambiarlo, si bien se acumulan los partidos en que acaba entregando una camiseta que logró con sangre, sudor y lágrimas. Porque nadie le regaló nada, todo sea dicho, razón de más para que se antoje inexplicable una involución labrada las más de las veces en la esfera extradeportiva. Una verdadera lástima.
Ceballos
reaparecía el viernes después de tres jornadas asistiendo al ocaso de Poyet desde el banquillo, la grada o su casa. No tenía minutos desde los de la basura (anticipada) frente al Real Madrid. Y vaya si los aprovechó. Encima,
ofreciendo la versión más sacrificada y generosa que se recuerda del ‘10’. No fueron carreras de cara a la galería, como
demuestran las frías estadísticas. Porque
nadie robó más balones que Dani ante Las Palmas -Petros y Roque Mesa, dos pivotes más al uso, le empataron a
diez recuperaciones-, mientras que únicamente el brasileño (11,62 km) y Tana (11,48) superaron el despliegue del canterano heliopolitano, que
recorrió prácticamente once kilómetros esta jornada (10,90 para ser exactos).
Fue el utrerano el mejor bético no defensa en despejes (2) y el segundo en cruces ganados (cuatro de cinco), al tiempo que su
número de pases (36) y el promedio de acierto (83%) carecieron de parangón en verdiblanco, circunstancia que demuestra que no se olvidó de sus características creativas innatas. Ésas que debe mantener y potenciar, pero empeñándose en ser un futbolista cada vez más completo. Su ayuda en la presión alta, como la de Joaquín y, en menor medida, la de Rubén Castro, redundó a la hora de convertir al Betis en un bloque. Con todas las letras. Una sinfonía perfecta para el estreno de Víctor Sánchez del Amo, que consiguió tocar las teclas adecuadas en unos pocos días. Ahora, el madrileño tiene por delante la ardua labor de mentalizar al grupo de la importancia de ser regulares en su rendimiento.