Calderón cogió al Betis a ocho puntos del descenso y, a falta de cinco jornadas, lo tiene a diez. Los fríos números hablan de fracaso, de un entrenador que no ha sabido levantar a un equipo histórico, y realmente resulta difícil mantener en el cargo a un técnico con el que has dado con tus huesos en Segunda. Sería valiente mantenerle, aunque no descabellado. Para nada. El trabajo del argentino hay que evaluarlo en el contexto adecuado. Importa el cómo. Cogió el timón de un barco que iba la deriva y que navegaba por unas aguas que nunca había surcado, y su trabajo, pese a ello, fue visible bastante pronto: el equipo comenzó a competir y hasta el día de hoy no ha dejado de hacerlo, pese a saberse sentenciado.
En Europa League, incluso, llegó a acariciar los cuartos de final, de los que sólo le separó un mísero penalti. Los números, por otra parte, omiten que sólo ha sumado 11 puntos en Liga porque le han birlado -los árbitros- otros muchos. Si es en parte injusto que el Betis baje por la impericia de los hombres del silbato, lo sería igualmente que condicionase la decisión sobre la continuidad de Calderón, quien tuvo una importante incidencia en los -buenos- fichajes que se realizaron en el mercado invernal. Dijo "no" a Erbes, porque quería un pivote más espigado para frenar la sangría del juego aéreo, y a Mejías, para apostar por N´Diaye y Adán, quizás los dos mejores del equipo desde que llegaron.
El argentino, finalmente, ha mostrado un manejo inteligente de los aspectos tácticos, algo en lo que creaba recelo. Amplió la plantilla, haciendo futbolistas a Jordi y Dídac, al que más tarde halló un recambio inesperado: Juankar; enchufó a Rubén, Cedrick o Lolo; minimizó los problemas en la zaga retrasando a N´Diaye... Calderón perdió dinero por volver a Sevilla y, con el tiempo, está perdiendo prestigio. Lo mínimo que merece es respeto y, quizás, hasta seguir. Ahora bien, él no aceptaría a ciegas. Es el primero que quiere un mejor Betis y conoce como nadie cómo conseguirlo.
Estadio Deportivo
