Existe
un extraño impulso que empuja a los técnicos a cambiar algo en sus respectivos equipos para los derbis, como si lo que les funcionase normalmente no sirviese para derrotar al eterno rival, como si la
cercanía geográfica de éste valiese para detectar los puntos débiles que otros desde lejos son incapaces de atisbar.
En estos duelos puede ocurrir cualquier cosa porque la tensión suele atenazar el talento y pelar algún cable,
pero sí que suele haber favorito, claro que sí. Y para hoy lo habría si el más poderoso estuviese al nivel que realmente se le presupone.
La irregularidad de este Sevilla lo iguala todo. Emery se ha empeñado en hacer fuera extraños experimentos que nunca han funcionado y que tampoco le aportarían nada en el Benito Villamarín.
A lo de hoy no debe darle muchas vueltas el preparador vasco:
Mariano, para percutir por el carril verdiblanco más despoblado (casi todos los goles que han recibido los béticos han llegado desde la zona del lateral zurdo);
Krohn-Dehli junto al polaco Krychowiak, para igualar el dinamismo de Petros y aportar una mordiente que no tienen N’Zonzi ni Iborra; y
Gameiro, más adecuado para las transiciones rápidas, arriba. Con darle, además, un rato a
Reyes, habría poco que reprocharle en cuanto a planteamiento, siempre que trate de obviar el pelotazo para darle el balón a Banega.
Tampoco Mel debe innovar. Ha tardado mucho en dar con la tecla, en saber que
Ceballos debe jugar siempre por delante de
Petros y N’Diaye, más cerca de Joaquín (arrastra molestias, ojo) y Rubén, o que con
Cejudo en la izquierda tiene más equilibrio que con un falso interior. Para qué cambiar. El Betis está obligado a salir fuerte, por su afición y porque, de ponerse por delante, estará en el escenario que más le gusta, jugando
a la contra y con espacios para el eterno goleador canario.
No les extrañe, pese a todo, que
algún entrenador se ponga hoy una careta para intentar llevarse el botín sin ser reconocido, que Sevilla es muy chica, claro.
Carlos Pérez
