Aficionados del Sevilla y del Atlético de Madrid agrediéndose mutuamente con mujeres y personas mayores intentando mediar y presenciando la parte más animal de la condición humana. Afortunadamente, no aparecen niños en las imágenes, aunque por desgracia, en el basurero colectivo público y permanente enel que se convierten a diario las redes sociales, también los menores podrán presenciar un vídeo que genera una profundísima repulsa.
Realmente, no procede llamarles hinchas sevillistas, o colchoneros, ni debe quedar manchada la imagen de ambos clubes por una brutal pelea protagonizada por individuos radicales, enfermos mentales que encuentran placer en la violencia, que buscan la identidad que nunca tuvieron arropándose en un grupo, en unos colores, en unos escudos; perturbados que se aferran a una sinrazón intercambiando golpes y puñetazos en vez de sensatas palabras.
Aparece la violencia en el fútbol, y cada vez con más asiduidad, pero el fútbol no es más que una excusa, un cómodo escenario que facilita el anonimato. Estos últimos incidentes ocurrieron ya de madrugada, con el partido entre el Sevilla y el Atlético más que finalizado y sin motivo aparente que justificara tan salvaje comportamiento. Es la violencia por la violencia, el reflejo de una sociedad desinformada por exceso de información y que no sabe dialogar.
¿Qué circunstancias personales y/o familiares nos empujan a ubicarnos en tales extremos? ¿En qué momento o etapas en el proceso educativo nos hemos equivocado? ¿En qué seguimos errando? ¿Qué piensan, qué sienten, esos jóvenes cuando se ven protagonizando tan deplorable conducta? ¿Se avergüenzan o presumen orgullosos de su particular ‘hazaña’? ¿Hemos tomado verdadera conciencia del gravísimo problema? Nos queda mucho por hacer.
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