Cristiano, en su afán por distinguirse del resto de los mortales, se ha montado una película para lavar con ficción la triste imagen real que proyecta. Un falso Ronaldo en su mejor versión: hijo, padre y persona intachable. Papel ficticio que sostiene una realidad: el intenso sacrificio realizado por quien ha basado en la potencia física su éxito en el fútbol.
Ese mérito es justo reconocérselo porque transporta a los jóvenes un mensaje muy necesario, que todo esfuerzo tiene su recompensa. Pero el niño que quieren vendernos nada tiene que ver con el adulto verdadero que vemos y que va dando puñetazos y coces por los campos de fútbol. En nada se parece a ese futbolista egoísta, caprichoso, vanidoso, presumido, arrogante y mal compañero que va lanzando cobardes agresiones a escondidas de las que sale sin castigo amparado en el poder del club que le protege.
Se perciben en Cristiano las mismas intenciones con las que Lopera montó aquel ridículo vídeo en el que se autoconsagraba como el salvador del Betis que nunca fue. El intenso deseo de querer ‘desnudarse’ moralmente al mundo ya despierta sospechas, sobre todo porque en directo, sin montajes, la cinta de su conducta deja muchísimo que desear. Ni pizca de la humildad de las personas que realmente merecen una película.
Joaquín Adorna
