Se equivocaron los consejeros del
Betis echando a
Pepe Mel antes de tiempo. Lo tenían facilísimo. Mel pedía a gritos un despido, pero no era su momento. En un acto tan honesto como ingenuo, Haro y Catalán precipitaron los acontecimientos.
Mel iba a caer por su propio peso, porque visto lo visto tras la llegada de
Merino, resulta obvio que el vestuario ya había decidido devorar a su entrenador. Pero los dirigentes no respetaron los tiempos que marca el fútbol. Lo fácil, lo cómodo y lo lógico habría sido encomendar a
Mel la difícil tarea de lidiar con el Sevilla (vuelta copera), el Villarreal y el Madrid; y esperar a que la grada, que ya había expresado el "Pepe vete ya", pidiese unánimemente un relevo en el banquillo.
Adelantaron su marcha y entraron, torpemente, en el bucle de la improvisación:
Merino como técnico interino. La solución de emergencia, sin fichajes y contra todo pronóstico, pide a gritos continuidad. ¿Y ahora qué? ¿
Merino o
Juande? ¿
Merino o un nuevo entrenador? Superada la primera crisis existencial, Haro, Catalán y Ollero, quien ya debe pinchar y cortar, lo tienen fácil. Merino se ha ganado, con trabajo y rendimiento, el apoyo incondicional que de momento los dirigentes no le muestran, ni en público ni dentro de la caseta. Y con él deberían navegar hasta que los malos resultados o la presión de la grada marquen un nuevo tiempo.
Sin embargo, nadie muestra la determinación suficiente para sacar al
Betis de la peligrosa espiral de indefinición inquietante y de improvisación permanente en la que vive.