El agua no apagó la caldera. Enfrió el ambiente, dejó a sevillistas en su casa, pero quienes acudieron al
Sánchez-Pizjuán se llevaron varias cositas extraordinarias al paladar y, en general, un buen partido, con una pizca de sufrimiento, y la satisfacción de comprobar en directo que su equipo está comprometido con la única causa de la que debe hablarse en
Nervión: dar caza al
Atlético de Madrid y lograr el acceso a
Champions sin pagar el carísimo peaje de una previa.
En el tarro de las esencias, la especia
Ganso se impuso al resto de los sabores. El brasileño regaló una asistencia con aromas de taconazo por el que muchos pagarían una entrada para verla en el fragor de la batalla. Su genial acción, sin embargo, acabó con
Correa enviando el balón a la grada y con la grada recibiéndolo con la sensación de que el
Sevilla este año sólo ha contado con medios-delanteros, que ha faltado un goleador de verdad capaz de rentabilizar tanto talento en el último pase.
Ganso, tan criticado por su lentitud, al menos pudo reivindicar su condición de futbolista exquisito y esa oportunidad se la ha devuelto
Sampaoli. El técnico argentino te quita la camiseta y te la devuelve cuando los méritos se imponen a los nombres. Con
Nasri o
Franco Vázquez hizo varias excepciones que confirman la regla, pero en general impera en su espíritu la meritocracia. Se han destapado los defectos del técnico argentino, cuenta con muchas dotes de actor-personaje, pero suele poner a los buenos y suele acertar en las lecturas de los partidos cuando llega la hora de los cambios. En la inferioridad del
Celta, volvió a dar minutos a un
Nasri con ganas de disfrutar. Y si él disfruta, se paran los relojes y suenan los violines. Disparo a gol que acabó en el larguero por la intervención de
Sergio Álvarez, control del partido con un punto más de velocidad, aunque en apariencia está sobrado de peso, y asistencia a
Ben Yedder, otro que se gana los minutos a base de goles, para romper el empate.
A
Correa le falta, seguramente, correa y muchos minutos para ser definitivo. Falló lo que no debió, pero se desquitó con un gran gol y con una magnífica jugada que pudo llenar de gloria a un extraordinario
Escudero. Con su pierna menos buena, la diestra, el lateral envió el esférico al larguero. Con la buena, la zurda, hizo una vaselina preciosa que mereció el premio de un gol con el que el
Sevilla habría cerrado el partido y con el que los fieles de
Nervión habrían regresado a casa con el gustillo en la boca de un tanto inolvidable.
También se degustan acciones de valor de
Jovetic, mientras que
Lenglet deja una sensación agridulce. Igual comete un penalti innecesario, aunque pueda parecer riguroso, que se recrea en la salida del balón o realiza un robo con clase dentro del área recordando a mariscales como
Antonio o
Escudé.
Iborra intentó hasta en tres ocasiones, sin lograrlo, que
Gil Manzano regalara una pena máxima similar a la de
Lenglet bajando un punto más el listón.
Ganó el
Sevilla,
Aspas tuvo el detalle de no celebrar el gol de penalti y la tercera plaza sigue siendo un objetivo alcanzable para el
Sevilla de
Sampaoli. La necesidad del todavía técnico sevillista pudo más que el ensayo previo a las semifinales de la
Europa League de su posible sucesor,
Berizzo. El presente se impone al posible futuro. El paladar vive del instante, del momento en el que uno se lleva a la boca una genialidad de
Ganso, una finta de
Nasri, una arrancada explosiva de
Correa o una maravillosa vaselina de
Escudero. Unas veces con premio, otras con la única recompensa de quedar en el recuerdo.