Ya hay fecha y sede para la final de Copa: el Wanda Metropolitano, el sábado de Feria -21 de abril-.
El esperpento, en esta ocasión, se ha representado en una horita corta, pero el lío que genera, por ejemplo, el cambio de fecha del Atlético de Madrid-Betis ya
deja al descubierto la incapacidad de nuestros dirigentes para organizar una final que viene mal engendrada de origen. La decisión última acaba casi siempre, salvo que se alineen todos los astros, en chapuza nacional que llega al extranjero en forma de desastre organizativo.
Todos los clubes luchando por sus intereses particulares por encima del respeto a
una competición que debería ser sagrada.
Antes de empezar,
el que participa debería estar obligado a ceder su estadio si por necesidades organizativas hiciera falta para acoger uno de los partidos más espectaculares de la temporada. ¿Qué ejemplo de deportividad exportamos con la sistemática negativa del Madrid a ceder el suyo para evitar que el Barça celebre un título en el Bernabéu? Si los que mandan se radicalizan y no son capaces de dar ejemplo de educación, cordura y buen talante, ¿qué vamos a exigir después a quienes utilizan el fútbol como válvula de escape para sus diarias frustraciones?
Atada esa primera condición, la segunda es
establecer con tiempo la sede: lugar, estadio, fecha y hora, independientemente de qué equipos lleguen a la final. Y por último, si se quiere fijar en un fin de semana para que todos los focos apunten a la gran final, se traslada una jornada de Liga completa a una fecha intersemanal. ¿Complicado? Sin duda, y más en año de Mundial. Pero para eso están los que mandan, para tomar decisiones acertadas a situaciones difíciles y evitar así conflictos innecesarios.
Joaquín Adorna
