Dudo, luego existo. Lejos de insinuar un sano mantra,
dudar parece el único itinerario viable en tiempos de
'fake news' y viralidad. La única
escapatoria ante un callejón sin salida que no tiene nada de nuevo. Ni siquiera la máxima de que una
mentira repetida mil veces se convierte en una verdad sortea la trampa. ¿Salió de boca de Joseph
Goebbels? Poco importa ya. Como poco importa que la 'caja' de
Groucho Marx no presente epitafio alguno o que
Walt Disney nunca pasara por el 'congelador'. La historia permanece plagada de
leyendas en todas sus aristas, y algunas se adhieren con determinación como concienzudas
sanguijuelas. Sobre todo cuando el morbo o la épica piden paso. También cuando la
brújula o el sextante hacían las veces de
GPS.
La llamada
edad heroica de la exploración de la Antártida, que abarcó el tramo comprendido entre finales del XIX y la década de 1920, debe mucho a
Ernest Shackleton. Y concretamente a la impronta que dejó su
Expedición Imperial Transantártica (1914-1917). Un relato de superación en el que el manido dicho de que la realidad supera claramente a la ficción cobra más sentido que nunca. Los pecados de la
mitología sólo afectan al supuesto
anuncio que el irlandés puso para convocar a los interesados. Ni siquiera existe
quórum sobre la fecha y la travesía para la que el aviso, teóricamente publicado en
'The Times', estaba dirigido. Por no hablar del mensaje. Un texto que habría rezado así: "Men wanted for hazardous journey. Small wages, bitter cold, long months of complete darkness. Constant danger. Safe return doubtful. Honor and recognition in case of success". O lo que es lo mismo: "Se buscan
hombres para
viaje peligroso. Sueldo bajo, frío extremo, largos meses de completa
oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida.
Honor y reconocimiento en caso de éxito".
Citado en infinidad de títulos y artículos, todo apunta a que el
anuncio, probablemente, no habría sido publicado
nunca. Un romántico adorno destinado a desaparecer. Pero que no cunda el pánico. El desilusionado lector todavía puede aferrarse a la cámara de
Irvine y Mallory, a la huella del
yeti de
Eric Shipton y a otros tantos detalles hermosos que pueblan los anales de la
aventura. El
Smithsonian (magazine) actuó de
aguafiestas en esta ocasión, ya que un profundo análisis en su web, de septiembre de 2013, aclaraba que, cuando menos hasta la fecha, encontrar una
copia del aviso original se había convertido en una
misión imposible.
Y eso que rondaba una recompensa de
100 dólares por el hallazgo. Una referencia del autor del artículo (
Colin Schultz) a la interpretación del aventurero y escritor
Mark Horrell ahondaba en la ausencia de indicios: "Hasta el momento, los historiadores aficionados han rastreado sin éxito la
hemeroteca de
'The Times' de 1785 a 1985 (tarea excesivamente celosa dado que
Shackleton falleció en 1922), todo el archivo del
'South Polar Times', una publicación llamada
'The Blizzard', varios números del
'Geographical Journal' y los archivos de otros tantos periódicos de Londres y nacionales".
El
análisis también expone que ni siquiera los protagonistas de la expedición brindan pistas sobre el anuncio. Y cita como ejemplo las memorias del neozelandés
Frank Worsley, en las que no hay ni rastro del aviso teóricamente lanzado por
'The Times'. Pero, más allá de la
curiosidad documental, la matización no resta ni un ápice de épica al viaje de
28 hombres que dieron a parar con sus huesos en el traicionero hielo del
Mar de Weddell, a la postre tumba del
Endurance.
Un desafío a la lógica
David McLean, impulsor de la exposición
Shackleton: The Antarctic and Endurance (2000), insiste en que, "de acuerdo con las leyes naturales y la resistencia normal del ser humano, (este
viaje) no tendría que haber tenido éxito". No le faltaba razón. Diseñada para atravesar el continente antártico, la
Expedición Imperial Transantártica (1914-1917), que ponía fin a toda una era dorada de la
exploración, excedió la cuota de
penalidades.
El
Endurance quedó atrapado en el
Mar de Weddell antes de arribar a la bahía de
Vahsel, a merced de un hielo que terminó troceando y engullendo una a una sus
cuadernas. Desahuciados en medio de la nada, los 28 integrantes, comandados por un resuelto
Shackleton, resistieron todo tipo de
contratiempos. Deambularon durante meses hasta que, en tres
botes salvavidas, alcanzaron
Isla Elefante; emprendieron una segunda travesía infernal en el
James Caird (el propio Shackleton y cinco acompañantes) y, finalmente, el líder de a bordo, Frank Worsley y Tom Crean
atravesaron a pie las montañas de Georgia del Sur hasta llegar a la estación ballenera de
Stromness. En un desafío a la lógica, la tripulación regresó a casa
sin bajas que lamentar.