Nico Pareja pertenece a una especie de futbolista en peligro de extinción. Aquellos que no entienden de fronteras entre la suma profesionalidad y los sentimientos por unos colores. Aquellos capaces de interiorizar profundamente la fidelidad a un escudo, de sentirse parte de una familia y atender a razones allende a lo estrictamente económico.
Él mismo avisó ayer que no se marchará de Nervión a menos que el club se lo pida, porque, además de un profesional con mayúsculas y un tipo muy agradecido con el apoyo recibido durante el año más duro de su carrera, su corazón late en sevillista y considera el Ramón Sánchez-Pizjuán como su propia casa.