Salvados de la ´mestallización´

Hubo un tiempo en el que ir al Sánchez Pizjuán era un tormento, incluso cuando el equipo ganaba -no digamos cuando dejó de hacerlo-rque el aficionado no entendía que los días de vino y rosas de los títulos no podían durar para siempre. Así, un equipo que acabó tercero tuvo que aguantar los pitos de una grada que se estaba ´mestallizando´ por la frustración de un cambio de ciclo que hoy se materializa en un Sevilla que, de nuevo, disfruta de las mieles del triunfo y acaricia una nueva final. La entidad parece salvada de esa ´mestallización´, que, durante años, devoró a orillas del Turia a entrenadores de prestigio ganado sobre la base de los hechos consumados. Benítez, Cúper, Quique o el propio Emery, deseoso de callar bocas, se cansaron de escuchar silbidos pese a llevar al Valencia a cotas de éxito envidiables por cualquier club. Fue esa desmedida ambición, ese sentimiento de grandeza desmesurado el que llevó a una burbuja pinchada con las ventas de sus mejores estrellas, a dilapidar un enorme patrimonio deportivo (Villa, Mata, Alba), mientras otros hacían milagros o, simplemente, se atenían a las normas más básicas de la contabilidad, para mantener los números en verde.

Una década de frustración
Porque el Sevilla no dejó al Valencia sin Champions con marrullería ni trampas: lo hizo con cuatro goles de Negredo en la última muestra de superioridad en esta década de frustración valencianista en la ´Bombonera´ de Nervión, trufada por los goles de Kanouté y Luis Fabiano -taconazo memorable el suyo en Mestalla- o las carreras de Navas.

Llorones
Lo que nunca había esperado de un club que se cree grande, más de lo que realmente es, es que viniera acusando al rival de tramposo, en vez de alabar a unos futbolistas con oficio frente a otros pardillos. Llorando como acostumbra ante Real Madrid o Barcelona, con la diferencia de que el Sevilla es un igual. A lo mejor, es que, simplemente, lo ven superior.