Sus primeros técnicos en el
Sevilla recuerdan con una sonrisa que los entrenamientos nunca terminaban para
Sergio, que permanecía en la portería para que le tiraran a puerta y costaba convencerle para que se retirara al vestuario. El tesón siempre ha sido su estandarte y el crecimiento silencioso, una consigna que le ha llevado hasta la cima. Sin ruido. Sin un protagonismo más allá de sus numerosas intervenciones determinantes. Con humildad y honestidad a partes iguales. Incluso a contracorriente. Desafiando la adversidad sobre el césped. Desde su sevillismo y una fe inmensa en sus posibilidades. Porque él ha creído en su capacidad desde el momento en el que las lesiones de
Beto y Barbosa le abrieron el camino a principios de la 14/15, cuando su verdadera misión consistía en afianzarse en el filial.
Confianza inquebrantable como blindaje para unas cualidades indiscutibles y en continúa progresión que le han permitido entrar en el selecto club de porteros centenarios en
Nervión. No en vano, contra la Juventus cumplió su partido cien como sevillista en poco más de dos años en el primer equipo. Con sólo 23 años. En un
Sevilla de primerísimo nivel. Y como pieza clave en la consecución de la cuarta
Europa League, en la que copó la portería en la final contra el Dnipro y firmó una de las mejores paradas del torneo. Dos días antes había recibido la llamada de Del Bosque, para el que fue un fijo en la selección y estuvo en la Euro.
En la 15/16 consolidó su condición de indiscutible y en el presente curso ha superado la tormenta y la llegada de Sirigu, siendo el undécimo portero blanquirrojo en alcanzar los 100 partidos tras Busto (400),
Palop (295), Unzue (257), Súper Paco (255), Buyo (248), Rodri (228), Eizaguirre (189), Antonio Notario (148), Salvador Mut (138) y
Monchi (114).
Además, es el primer canterano desde el actual director deportivo, al que precedieron
Rodri y
Súper Paco, en llegar a una cifra mágica que, con un futuro tan prometedor por delante, puede multiplicar casi a su antojo.
Álvaro Palomo3 min lectura