Patrick O’Connell, el entrenador que guió al Betis a su único título de Liga en 1935, vivió sus últimos días en la indigencia y fue enterrado en una tumba anónima en Londres, donde ya nadie le reconocía. No es de extrañar, por tanto, que durante décadas su memoria fuera presa del olvido, pero esos días han llegado a su fin. La culpable, una fundación que está recaudando fondos desde hace meses para dedicarle un monumento y, de camino, devolver su memoria a la primera plana de los periódicos británicos, los cuales están desvelando detalles muy interesantes sobre su vida, tanto en el plano profesional como en el estrictamente personal.
Durante su etapa como jugador sobresalen dos episodios. El primero de ellos lo protagonizó en 1914, en un partido en el que su selección (
Irlanda) se jugaba el título de
Gran Bretaña contra
Escocia.
O’Connell, pese a sufrir una fractura en el brazo en los primeros minutos, aguantó estoicamente y fue el más destacado del encuentro, encandilando a los ojeadores del
Manchester United, que le ficharon meses más tarde.
Como ‘
Red Devil’ estuvo involucrado en un escándalo extradeportivo. Concretamente, junto a otros jugadores, fue acusado de amañar el resultado de un duelo contra el
Liverpool (2-0) para lucrarse con las apuestas, previendo que el estallido de la I Guerra Mundial les apartaría del fútbol profesional de manera inminente. Lo curioso de esta historia es que
O’Connell, con 1-0 en el marcador, falló un penalti de manera estrepitosa, una acción que fue interpretada de dos maneras: como una prueba de su inocencia... o como un intento de disimulo.
Durante la contienda, trabajó en una fábrica de municiones y jugó como cedido en clubes modestos, pero ya nunca recuperó su estatus como futbolista de primer nivel, ni logró quitarse el sambenito de ‘corrupto’. Así las cosas, decidió cambiar de aires y emigrar a
España para comenzar su carrera como entrenador, dejando atrás tanto a su mujer como a sus cuatro hijos.
Su primer equipo fue el
Racing, y precisamente en
Santander conoció a su nuevo amor,
Ellen, que también era irlandesa y ejercía como institutriz de los hijos de
Alfonso XIII. Ambos mantuvieron una larga y apasionada relación, y no tuvieron reparos en regresar a Irlanda de vacaciones pese a que
O’Connell seguía oficialmente casado.
Los éxitos que cosechó en
Heliópolis le valieron para recibir la llamada del Barcelona poco antes del inicio de la
Guerra Civil, en la que la directiva azulgrana se posicionó claramente del lado republicano. Tanto es así que su presidente,
Josep Sunyol, fue fusilado, y el equipo se vio en bancarrota. Fue entonces cuando
O’Connell convenció a sus jugadores para realizar una gira en
México y
Estados Unidos (sólo cuatro de ellos volvieron a España), donde recaudaron el dinero necesario para salvar al club de la desaparición.