Advertía en la previa
Francisco, técnico del
Huesca, que desde el primero hasta el último, todos los miembros de su equipo defenderían en el
Pizjuán. Y para ello, cambió su dibujo y plantó una defensa de cinco que al once de gala sevillista le costó desmontar en estático. Cuando había espacios para correr era otra historia. Ahí sí, los de
Machín despliegan un fútbol veloz y vertical, pero el conjunto oscense no lo permitía a menudo.
Al contrario, acumuló gente por el centro para enredar en su tela de araña a un
Sevilla que sí buscó presionar arriba y generó peligro cuando robó en línea de tres cuartos, pero no abrió el campo todo lo necesario para desmontar el muro aragonés. Se dibujaba así un partido atascado, sin fluidez y con continuas faltas e interrupciones que fueron minando la moral blanquirroja. Eso, y los dos goles anulados por el
VAR, que fueron sacando del choque a un cuadro hispalense cada vez más desconectado.
El
Huesca, que no renunciaba a salir con velocidad, competía y dejaba claro que el colista de
LaLiga, como aventuró Machín, es mucho mejor que el último de la liga turca. Además, Semedo, con su marcaje al hombre, sacaba del partido a
André Silva. Tocaba tener paciencia. Y el arranque de la segunda mitad no era precisamente esperanzador. Pasaban los minutos y los sevillistas no lograban estar cómodos, pero el abrumador dominio en la posesión encontró premio al fin gracias a
Sarabia. Sin ser un vendaval, era el Sevilla el único que quería jugar y su calidad, la de
Ben Yedder y el
Mudo al asistir y la del madrileño para definir, acabó con el modesto plan de su rival.