Ha tenido que hacer cuatro goles en el Bernabéu el Barcelona, sin necesidad de tirar de Messi, para que alguno se entere de que el modelo
Florentino solo le es útil a él, a su ego y a los que viven aún en el posfranquismo futbolístico.
Lógico. Le pasó a la afición colchonera con Gil, a los béticos con Lopera y al malaguismo con el jeque, ahora venido a menos. Y es que el
Madrid vive anclado en una estructura de club obsoleta y rancia: modelo autoritario, máxima inversión (sea propia o de otros) y la moto. La moto que compramos de la globalidad, de la marca universal que convierte al fútbol en una excusa porque de lo que se trata es de un negocio anual de más de cien mil millones de las antiguas pesetas.
La firmeza de Mou terminó por reventar el vestuario. Cristiano es un problema. A su imagen egotista se le añade últimamente un perfil de conspirador de banquillo. Casillas, una herida reciente y sin cerrar. Al menos se han mantenido, mal que bien, la teatralidad para renovar al líder, sevillano tenía que ser, Ramos. La mano que mece la cuna es Jose Ángel Sánchez, el ejecutivo que ficha porque no existe ni dirección ni proyecto deportivo.
El
Madrid es un juguete de capricho en manos de un megalómano, que nunca podrá hacer a golpe de talonario ni de genialidad lo que otros tienen claro desde hace décadas. Cruyff, Rijkaard, Pep, Tito y, tras el paréntesis Tata, hasta el dudoso Luis Enrique es capaz de navegar con esta nave llamada Barcelona, que se lleva solita. Que es justo lo contrario de ir a la deriva.
Eduardo Gil2 min lectura