Puede que el mayor problema del
Betis sea el Sevilla. No el único, pero vamos por partes. Las finales y los títulos logrados por el eterno rival en la última década pesan en la conciencia colectiva bética de manera tan dolorosa que supone una presión inasumible. Vísteme despacio que tengo prisa en un club que quiere adelantar los tiempos y va a salto de mata. De
Mel a Merino y después a Juande, con o sin Macià y dependiendo de si Musonda y Damiao son lo que prometen en los próximos tres meses.
Es comprensible la atmósfera de pesimismo casi trágico de todo lo verdiblanco, porque, mientras otros llenan sus vitrinas o alcanzan finales sin ni siquiera proponérselo, no olviden que el
Betis anda luchando contra su mayor enemigo, el propio Betis. Dos frentes abiertos es un estrés excesivo, pero nada ni nadie pueden con él. Justo lo que siempre cantó Villamarín a Rafael Gordillo, un símbolo antiloperiano, que el club esconde -no se sabe por qué razón- cuando es una máquina de hacer beticismo. El lustro judicial que se abrió cuando la jueza nombró al ´Gordi´ administrador judicial, llegó a su fin hace meses. Mejor ni pensar en el tiempo que se ha perdido. Nunca es tarde si la dicha es buena en este 2016 que debe alumbrar el acuerdo definitivo para confeccionar un nuevo accionariado (una guerra silenciosa de la que en breve habrá novedades). Es probable que la presidencia de Haro sea el fin de un trayecto y el comienzo de un nuevo tiempo.
Pero me temo que es un error empezar estableciendo comparaciones y menos aún manejarse con ambiciones europeas. Todo a su tiempo. Más temprano que tarde el Betis resurgirá. Está escrito en el corazón de miles de béticos que se han armado de paciencia estos años, pero antes hay que sacudirse tanta caspa y tanto complejo, que alguno ni ve lo poco que queda. Muy poco. Pss, pss, que viene, que viene...
Eduardo Gil3 min lectura