Opinión

El discurso como lastre

El discurso como lastre
- Álvaro Palomo
Álvaro PalomoÁlvaro Palomo 3 min lectura
La expectativa sacude el entendimiento y genera, en la mayoría de los casos, un termómetro alejado de la realidad. Tenerla es inevitable, porque se proyecta de manera automática ante cualquier nuevo horizonte, pero se requiere una gestión inteligente de la misma, ya que, de lo contrario, las probabilidades de caer en la decepción crece considerablemente. En tiempos de bonanza, difícilmente se supera el listón marcado y casi siempre se termina produciendo el vacío provocado por no alcanzar lo esperado, a menos que se apueste por la mesura y por analizar cada situación en el momento adecuado y no a tenor de una idealización, habitualmente, en el límite de lo positivo. No obstante, hay casos en que esta desmesurada expectativa se activa desde fuera, con promesas tan ambiciosas e ilusionantes como de complejo cumplimiento, justamente lo que está ocurriendo con el proyecto de Sampaoli. Al argentino se le juzga a raíz del discurso extremo con el que aterrizó en Nervión, pleno de planteamientos interesantes y de una teoría sugerente que rápidamente sedujo al sevillismo. Hablaba de una ofensiva total, de jugar en campo contrario, de presión asfixiante, de un fútbol construido desde atrás... Palabras que crecieron más si cabe en la imaginación de los sevillistas y que, casi desde sus comienzos, suponen un lastre para el casildense, porque en un fútbol como el español su filosofía precisa demasiados matices. Aún no se ha apreciado casi nada de lo pregonado, lo que, a su vez, provoca que los pasos al frente pasen a un segundo plano y no se valore que numéricamente se mantiene el tipo. Sampaoli se equivocó en adelantar una idea que ni siquiera sabía si podría desarrollar y ahora le costará que se le analice desde otro enfoque, aunque resulta obvio que se está reinventando para hallar una fórmula que sí funcione. Por ello, partiendo de su mencionada cuota de culpabilidad, es de recibo mantener la mente abierta y valorarle a partir de aquí por lo verdaderamente tangible y no por su palabrería.
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