El fútbol es complejo. La oposición no es pasiva, como en el atletismo, por ejemplo, donde el profesional tiene que competir contra el tiempo, la pista o una valla. En el fútbol la oposición es combativa, dinámica, por lo que el jugador no sólo necesita un buen físico, sino también inteligencia e instinto para sortear obstáculos inesperados, para decidir en décimas de segundo y marcar las diferencias. Sobresalen quienes se adelantan a la acción, más que los que actúan a partir de lo que va sucediendo. Pero los virtuosos no pueden quedarse únicamente en sus individualidades, porque, si esa tarde no están inspirados, dejarán a su equipo con un hombre menos. Las habilidades personales, por ende, deben ponerse al servicio del colectivo. El regate es distintivo sólo si se utiliza para el equipo, no para el adorno propio.
Diego Perotti tiene el don del gambeteador. Jiménez, amigo de no arriesgar sacando el balón (como decía Dante Panzeri, es una falacia que la renuncia al buen juego signifique mejorar los resultados, a lo que se agarraban muchos durante su etapa), le obligó a aprender a irse de dos o tres rivales en cada acción, aunque el ´Galgo´ no se marcha mirando el balón, sino con la cabeza erguida, atento al desmarque del compañero, esperando el momento ideal para asistirle.
Un gran jugador tiene que aparecer en las circunstancias más difíciles, pedir la pelota, ir a buscarla. El argentino lo demostró en Valladolid, nada más pisar el césped. Y lo hizo, sorprendentemente, actuando como mediocentro. Se fajó en la resta, hizo coberturas a los laterales, se ofreció hasta el borde del área de Palop para sacar el balón jugado, rompió líneas con su regate -también dúctil alejado de la cal- y puso a Negredo de gol.
No fue un error rechazar ofertas millonarias por él. Nadie pensaba entonces que fuese a aparecer un rival inmune a sus efectivos regates. Sólo las lesiones han podido pararle. Ojalá le respeten, porque Diego Perotti está de vuelta.
Carlos Pérez3 min lectura