Los fichajes del Sevilla han pasado de generar mucha expectación a crear cierto recelo entre sus aficionados. Algunas de las últimas incorporaciones invitan a ser más prudentes que antaño, cuando Monchi sólo sacaba ‘cracks’ de su chistera. Hoy día, el sevillista duda sobre si llegará un nuevo Alves u otro Kanouté, o si el director deportivo traerá a un tipo cuyo único cometido sea el de ocupar un asiento en el banquillo, desposeído de productividad durante la 12/13.
Sobre Raul Rusescu ya se han dicho muchas cosas, demasiadas para la información que maneja la mayoría y, sobre todo, excesivas para no haber comprobado aún cómo se adapta a otro país y a una liga de mayor exigencia, como es la española. Eso es vital, también para el jugador con talento. Lo que dicen de él quienes le conocen es muy positivo, obviamente, como bueno era todo lo que se comentaba sobre Mosquera, Romaric o Babá Diawara. Nadie dirá que no valen, claro.
En ED conocemos algo más de él. Ya adelantamos en enero que el Sevilla estaba vivamente interesado en sus servicios, algo reconocido por Monchi, aunque entonces el Steaua no le dejó salir. El club rumano se encontraba en Marbella en esos momentos, haciendo su pretemporada invernal, y se presentó una ocasión inmejorable para acercarme a verle en directo, con lo que recabar más información de la que ya aportaban los fríos datos o los maquillados vídeos de Internet.
Antes de que saltara al campo, pude comprobar que Rusescu era el gran ídolo de un equipo con otros buenos futbolistas (Chiriches, Tanase o Chipciu). La afición le aclamaba. Ya en acción, mostró gozar de movilidad por detrás del punta, gran golpeo con ambas piernas (marcó un gol), sentido táctico y buen trato de balón. Tiene buenas condiciones. En su día, no pude decir lo mismo de Babá, si bien el éxito que tendrá o no Rusescu resulta imposible de predecir. Paciencia.
Carlos Pérez2 min lectura