El zurdazo de
Antonio ha invadido mi pensamiento de forma repentina, como una luz inspiradora, como una emoción anclada de por vida en la profundidad del
alma y que hoy aflora con la fuerza de aquel remate mágico. Él cambió la historia del
Sevilla, él contagió al sevillismo su sonrisa eterna e hizo creer a la
afición que todo es posible. Él, un chico de
Nervión, un sevillista de cuna, marcó un nuevo comienzo para el club, para su gente, dio motivos para soñar y fuerza para derribar cualquier obstáculo.
Antonio estará esta noche en
Mestalla. En el palco del cielo. Empujando a su equipo. En cada balón dividido. Transmitiendo a los futbolistas esa fe que le imprimió al balón aquel inolvidable 27 de abril de 2006, hace ahora ocho años, para mandarlo a la red del
Schalke. El gol que los nervionenses han visionado una y otra vez, con el que nunca dejarán de emocionarse, y que hoy rememoran con el anhelo de que a orillas del
Turia se consiga otro hito histórico.
No importa que la mayoría del plantel no tuviera la fortuna de conocerle, que no compartieran aquella alegría indescriptible, porque su
figura trasciende el paso del tiempo y no hay nadie del vestuario blanquirrojo actual que no conozca su leyenda y lo que significó y, por supuesto, significa para el
Sevilla y para el
sevillismo.
Seguro que muchas miradas se alzan hoy hacia cielo de
Valencia y de la capital hispalense en su recuerdo y seguro que más de uno le pedirá ayuda para que el equipo de
Emery repita el logro del
Schalke y se alcance el sueño de otra
final europea. Un éxito que tendría un destinatario:
Antonio, el gran Antonio.