Al Betis le faltó agresividad para que su plan inicial resultara
y al Sevilla ambición, para que no hubiese que hablar ya ni de la vuelta.
Del posible 0-3 se pudo pasar al 1-2, que habría dado emoción a una eliminatoria que no le venía nada bien a los locales, hartos de carbón incluso antes de llegar los Reyes Magos.
Como los planteamientos se basan en hipótesis y la Copa estorba a quien únicamente tiene en mente salvar la categoría,
Mel dejó a varios hombres importantes fuera e ideó un 4-2-2-2 con el que pretendía cortocircuitar el juego interior sevillista. La idea era aparentemente extraña, pero no mala. Lo que hizo que no funcionara fue la
indolencia de los jugadores verdiblancos. No mordieron como lo hicieron en el partido de Liga, hasta el punto de dejar que
Krohn-Dehli recordara, con un espectacular eslálom,
sus mejores momentos en el Brondby. A partir de ahí, y era pronto,
el Betis hizo lo que no hace ningún político: dimitir. Y eso que Mel, a quien hoy todos apuntan, intentó todo lo posible para que sus pupilos reaccionaran, metiendo a
Joaquín, primero, y a Ceballos y Rubén, después. Y, aun sin tirar a puerta, el Betis se pudo meter en la eliminatoria, por
la falta de hambre del Sevilla y por la torpeza de Kolodziejczak. Desde luego, lanzar penaltis no es el don del delantero canario.
El mejor, sin duda, y al margen de Krohn-Dehli, fue
Cristóforo, ése que no contaba en verano, y al que hasta invitaron a salir, y que
le ha comido la tostada a N’Zonzi e Iborra, que costaron 16 millones entre ambos. De ser por el charrúa, su Sevilla
habría ido a por el tercero y el cuarto, pues estaba a huevo, pero el resto de compañeros, o quizás Emery, no quiso. El Betis, simplemente, es que ni siquiera creyó que podía.