Siempre renace a partir de una fe en sí mismo que no exterioriza pero que reside en su interior. Nunca se rinde. Se crece cuando la adversidad se encona. Cuando la soledad del portero le aísla y le sitúa al borde del abismo.
Ha llevado su calvario en silencio, con el sufrimiento interiorizado que, más allá de las críticas exacerbadas, le causa su propia sensación de no haber hecho más cuando el equipo de su vida le necesitaba. Sabe que triunfar con sus colores tiene un alto precio y lo acepta con la máxima de hablar sobre el césped, de recuperar la confianza de su afición con el doble de acierto si resulta necesario.
Se percibió en la rabia con la que celebró el penalti. En el aplauso a la grada tras una actuación en la que exhibió una vez más que merece cada minuto que defiende la portería del Sevilla. Es Sergio Rico: un superviviente y ayer un salvador.
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