En pretemporada, tanto las victorias como las derrotas sirven para tomar nota, para insistir en lo que funciona y realizar los ajustes necesarios para solucionar los problemas que vayan surgiendo. Moralmente es preferible ganar, ofrecer muy buenas sensaciones, pero a veces también resultan necesarios los toques de atención para mantener los pies en el suelo y, sobre todo, para comprobar en qué falla el equipo para que haya tiempo de arreglarlo.
Y es que ayer el Sevilla, con un once más alejado del teórico titular que en otras citas de cara al homenaje de hoy a Reyes, mostró menos clarividencia con el balón, tanto en estático, donde apenas sí halló espacios ante la presión del Granada, como tras las recuperaciones, sin la velocidad de partidos anteriores para maximizar los espacios.
Además, cometió fallos puntuales atrás, como en el 1-0, y arriesgó en demasía en la salida, sin lograr una circulación limpia casi en ningún momento. La nota positiva la aportó Bryan Gil, eléctrico y pasional, reivindicando su sitio en un Sevilla que debe aprender de los errores ahora que aún no causan daños reales.
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