El destino estaba escrito con letras blancas y rojas. Ese sino que había guiado al
Sevilla hasta su tercera final europea le acompañó como campeón en la última
tanda de penaltis. Como en 2006, con el
zurdazo de Puerta o en 2007 con el
gol de Palop, la fe nervionense se había visto recompensada en su larguísima trayectoria iniciada el 1 de agosto, cuando nadie imaginaba un desenlace tan feliz.
La remontada en el
Villamarín y el cabezazo de
M’Bia en
Mestalla ya acompañan en la historia sevillista a la tanda de penaltis del
Juventus Stadium. Estaba escrito que el
Sevilla ganaría su tercer título europeo como lo estaba que el
Benfica perdería su octava final europea. Un equipo con tamaña
maldición tendría que plantearse abandonar antes de llegar al último partido.
Pero el destino, o la fortuna, nunca acompaña a quienes no se empeñan en escribirlo por sí mismos, a quienes no pelean por sus sueños. Y a este plantel hay que reconocerle su
resistencia al abatimiento y su
persistencia por lograr algo grande justo el año en el que se le hubiera permitido una campaña más discreta.
A la cabeza del grupo un
Unai Emery que por fin podrá presumir de un título y que ha borrado de un plumazo las líneas que hablaban de un técnico no que no supiera ganar finales, sino que ni siquiera conocía el camino correcto para jugarlas. En 2006, un grupo ambicioso escribió su destino e inauguró el ciclo más
exitoso de la historia moderna de la entidad; el 14 de mayo de 2014 es una buena primera piedra para comenzar otro.