La estrepitosa derrota de la selección ha dado pábulo a aquellos que llevan años prediciendo la debacle de la ‘
Roja’. Tarde o temprano iban a poder presumir de haberlo predicho porque era imposible ganar eternamente. Reconozco la valentía de esta crítica expresada en los buenos momentos tanto como compadezco esa sensación de eterna insatisfacción que acompaña a los que, en el triunfo, piensan más en la caída futura que en la merecida celebración. Los que antes criticaban la lentitud de
Del Bosque en los cambios, la inmutabilidad de una filosofía que ha dado tres títulos, la flor de
Casillas o la inviolabilidad de los pesos pesados de la ‘
Roja’ ahora han encontrado el terreno abonado para reafirmar sus teorías apocalípticas.
En el otro extremo están los que no consienten ningún tipo de disensión en torno al equipo nacional, incapaces de aceptar que la generación que ha logrado las cotas más altas de éxito del
fútbol patrio pueda envejecer, perder el hambre o, simplemente, ser superada por otro equipo.
En clave local me recuerda a aquellos años en los que elevar la voz contra los arquitectos del
Sevilla de los títulos y del plantel glorioso era considerado casi un ataque a la entidad, pese a que hubo muchos signos de agotamiento antes de las dos novenas plazas que fueron el detonante de un nuevo comienzo.
Quienes entonces hablamos de fin de ciclo no encontramos la respuesta sosegada de
Del Bosque de ayer. “Como no va a haber críticas después del partido que hicimos”, dijo el seleccionador, consciente de que la crítica es necesaria siempre para evitar que después de la caída levantarse sea imposible.
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