La actitud y el discurso con el que se ha presentado Aleix Vidal hablan de un futbolista con ganas de comerse el mundo, de demostrar que aún tiene cosas que hacer en este deporte en el que cuanto más altas son las cifras de las nóminas, a menudo, menor es la ilusión con la que estos afortunados afrontan su trabajo. Aleix, que en su etapa como juvenil trabajó serigrafiando camisetas y que para labrarse un hueco en el fútbol no ha dudado en emigrar a Grecia, sabe que este es el salto de su vida.
Una oportunidad que tiene que agarrar con todas sus fuerzas. "El Sevilla es un club grande que hace grande a los jugadores que no tenemos mucho nombre". ¿Existe forma más humilde y a la vez más ambiciosa de presentarse que esta frase dicha con toda la naturalidad del mundo? Únanle a estas ansias de triunfar una velocidad y una verticalidad endiabladas además de un sacrificio propio de los que juegan a esto con el corazón y estarán ante un futbolista que tardará poco en llegar al sevillismo.
Vengo a reflejar este asunto del hambre porque al Sevilla le ha ido bien muchas veces cuando ha fichado hombres que vienen desde abajo con ganas de llegar a la cima y se ha estrellado en no pocas ocasiones cuando ha incorporado a hombres que venían de vuelta a relanzar su carrera en Nervión y han acabado de rematar su cuesta abajo vestidos de blanquirrojo.
Ese hambre será el que tendrá que comprobar Monchi que sigue viva en Pedro León, un genio que siempre brilló en el Pizjuán, pero que se ha pasado la última mitad de la temporada esperando, que no buscando, la inspiración. Si queda rastro de ella, fútbol tiene para aburrir.
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