En la previa del partido se auguraba un encuentro muy táctico, entre dos equipos que defienden estilos diferentes, casi antagónicos. Y, la puesta en escena no defraudó. Se impuso la pizarra por encima de la improvisación.
Simeone, como cabía esperar, no parecía estar preocupado por el abultado porcentaje de posesión de su rival, al que esperaba en su área.
El
Betis, hasta la lesión de
Guardado, lo fio todo a la movilidad de
Canales. El cántabro subía a ayudar a
Guardado en la salida de balón y, una vez superada la línea de tres cuartos, caía por todas las zonas de ataque, fijaba a los centrales o hacía que saliesen de su zona para que o bien
Lo Celso o bien
Joaquín aprovechasen los espacios. Su área de influencia ocupaba casi todo el campo. Pero con la salida de
Carvalho, la circulación perdió un punto de velocidad y con ella decayó ligeramente la capacidad para sorprender. El
Betis cocinaba a fuego lento, nunca mejor dicho, cada jugada, hasta que el
Atlético, en el tramo final de la primera parte intensificó su presión.
Intensificó la presión el
Atlético en la recta final del primer acto y en esa guerra los del
Cholo se manejan como nadie. Intensidad que se mantuvo e incluso creció en la reanudación, donde el
Betis no terminó de encontrarse cómodo, cedió el control y no supo hacer frente al fútbol directo que proponían los rojiblancos, a los que, además, la salida de
Thomas y
Correa aportó la profundidad que les faltaba en la primera mitad. El
Betis pasó de un dominio claro en la primera mitad a estar a merced de un
Atlético que esta vez sí le ganó en la pizarra a
Setién.