Injusto reparto de culpas y exigencias

Del constante ridículo deportivo al que se ha abonado el Betis en su estadio sólo se salva su afición, que se vuelve a ver obligada a pasar por caja para vivir en directo el derbi copero, como ya pagó ante el Sporting; que mira a todas partes sin saber a dónde apuntar; que opta por irse del Villamarín antes del pitido final para no fustigarse más en cada bochorno; o que empieza a cantar un "Pepe vete ya" más cargado de frustración que de deseo real.

Ni las ya ridículas pintadas de siempre contra los de siempre expresan nada con sentido, ni los béticos tienen el convencimiento de que destituir a Mel sea la solución porque, en el fondo, saben que el entrenador no es el único culpable. El técnico tiene su cuota de responsabilidad, por supuesto, porque el equipo ni defiende, ni ataca, con criterio. Pero su culpa debe ser compartida, en primer lugar, por Eduardo Macià, por lo que ha fichado (¿cuántos fichajes ha consensuado con Mel?), y por su incapacidad para ´limpiar´ un vestuario plagado de descontentos. Y en segundo lugar, por Juan Carlos Ollero y su consejo de administración, porque realmente son ellos quienes ponen a Mel y a Macià al frente de un proyecto en el que los jugadores tampoco deben quedar exentos de culpa. A muchos no se les puede exigir la calidad que no tienen, pero sí el compromiso que demostraron, sin ir más lejos, en el primer derbi liguero.

A Mel se le ha agotado la paciencia. Parece harto de esperar y ahora incomoda más que ninguno. Le pierden a veces las formas tan impostadas y esa queja constante con la que parece estar escurriendo el bulto, cierto, pero que cada palo aguante su vela y que cada cual reciba la misma rigurosidad con la que se critica a Mel. Hay distintos niveles de exigencia y eso quema al más templado de los toreros; al que le falta capote, lo achicharra.