Opinión

Un Sevilla y un Gameiro llenos de emoción

Joaquín AdornaJoaquín Adorna
3 min lectura
Un Sevilla y un Gameiro llenos de emoción
- Joaquín Adorna
Arrancó las lágrimas de más de un aficionado en el campo con dos carreras infinitas para... defender. La segunda, en el minuto 80, con las piernas ya cansadas. Gameiro en esencia pura, partiéndose el alma para ayudar a su equipo y para ganarse dos inolvidables ovaciones, además de una tercera cuando fue sustituido por Iborra.

Emocionó el Sevilla por su forma de competir; emocionó una afición entregada que levantó al equipo en los momentos en los que le tocó sufrir; pero emocionó, sobre todo, Kévin Gameiro. El delantero francés provocó un error en la zaga del Shakhtar para fabricar, él solito, el 1-0; se desmarcó y definió con la clase de los elegidos en el segundo, y tuvo la categoría de los grandes para dedicárselo al lesionado Krohn-Dehli; y regaló una media chilena de dibujos animados que, si entra, habría obligado al público a cambiar las banderas por pañuelos.

La quinta semifinal europea del Sevilla, quinta ganada, tuvo un héroe: Gameiro. Lo disfrutaron los sevillistas y presenció su actuación un ayudante de Deschamps que, sin poder contar con el apartado Benzema, tendrá que rendirse a la evidencia de sus 28 goles para llevárselo a la Eurocopa que se juega en su país. Gameiro y el gol de Mariano quedarán como flashes grabados de otra histórica noche en Nervión.

El lateral soltó un derechazo que recordó, pero en sentido inverso, al mágico zurdazo de Antonio Puerta. Una década después, el balón dibujando una curva similar a aquel que cambió el destino del Sevilla. En la portería contraria, golpeado por un zurdo en vez de por un diestro, pero trayendo a la mente la comba mágica del tanto del canterano. Gameiro, Mariano... y otra figura gigante: N'Zonzi. Dinámico, técnico, agresivo, trabajador... Ni rastro de aquel que no ganaba ni los balones por alto.

La calidad de Banega (quizás tardó más de la cuenta Unai en sustituirle porque rozó la segunda amarilla) y la fiabilidad de Vitolo también sobresalieron en un Sevilla al que Emery sabe sacar la raza de campeón cuando huele el metal para hacer olvidar las decepciones foráneas de la Liga. En esta ocasión ante un Shakhtar que nunca se descompuso, que esperó su momento y que aprovechó el primer error local para marcar en un contragolpe de Champions. Poco duraron los miedos. Este Sevilla vive abonado a la fiesta permanente. Dos finales en cinco días para cerrar una década gloriosa que, 'No nos damos cuenta', tardaremos años en valorar como merece.
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